Compartir escritura y bosque ha sido en este encuentro una delicia. Organizado por Caela en el Café El Bosque el domingo pasado, nos llevó a quienes participamos a un viaje interno de percepciones y quería dejar escrito en palabras lo que nació de ese momento.
El bosque que hay en mi
La pinocha es alfombra para andar, colchón de mis órganos internos, relleno de mis intestinos. Cuevas secretas plenas de muerte y pasado. Tan oscuras como el combustible que me mueve a renovarme.
Mis venas son el río azul que va y viene desde mi centro del corazón de agua y piedra qué late y se arremolina en invierno bajo un viento gris envuelto de suspiros largos y helados.
En primavera una parte de mi piel florece de lupines y retamas.
En otoño se completa con la dulzura de las manzanas y la miel de las nueces.
Dentro de mi bosque sin embargo, en el camino de las sombras donde la luz penetra solo para marcar mi oscuridad se ocultan los miedos.
Insectos nocturnos que rechinan en mis oídos y en mi boca, entre los desfiladeros de los dientes montañoso y los valles de encías cicatrizado por el fuego ardiente del alma.
Hormigas sin reina perdidas en mi boca, mientras sostengo con la lengua el paladar para q el cielo no se desmorone.
En mi bosque habitan las barbas de la vejez.
Nada se compara con la impresión que da la vejez en esta parte del bosque.
Miro todas las patillas de los liquenes, veo el moho que llora y se arrastra. Desaliñado.
Casi nunca es verano en esta parte del paisaje.
Acá los árboles de mi bosque están dormidos y sus raíces han estado buscando el camino de regreso.

Gracias Caela. Una huella en mi sendero de pinochas. Un puente de pan como lo nombraste vos.