Dos de Mayo
El aire de mayo tiene el color de los nuevos inicios, no es tan entusiasta como el verano, ni es el rumor verde de la primavera, pero encierra una brisa callada e imperceptible. Envuelto en esta atmósfera el ahora boticario y naturista Salvador Cortés se detuvo a orillas del Lago Quilota en Ecuador a observar mariposas.
Solo se sentó a mirar, sintiendo lo que su madre llamaba la Curiosidad Quieta. Un pulso en el centro del esternón que lo inmovilizaba, mirando a su alrededor hasta que las cosas se tornaban irreal.
De pequeño, las historias para dormir eran sobre cómo su madre la Doña Blanca Cortés había elegido llamarlo Salvador. Un dos de mayo soñó que él la rescataba de un incendio feroz y despertó con su casa en llamas y logró salir de ahí recién embarazada de dos meses. Un dos de septiembre en una de sus caminatas hacia el lago sintió una fuerte contracción en el vientre. Al detenerse vió impactada como un venado embravecido atravesó el camino a toda velocidad.
Salvador después de recibirse en la Universidad de Quito comenzó a estudiar los depósitos de azufre en el Lago Quilota. Un dos de mayo de 1869 se detuvo por cinco horas a observar las mariposas que iban y venían sobre el agua. El aire, contó luego Salvador, parecía un mar de polvo amarillo.
No es que hiciera algo más, ni estuviera cansado. Tampoco descubrió un continente ni creó una fórmula. No inventó una teoría ni dio un discurso memorable.
Contó doce especies distintas, trece si se le concede algún estatus a la crisálida envuelta en seda que dormitaba sobre un árbol. Había algo en la manera en que las mariposas se detenían, como si dudaran entre existir o desaparecer. Entre volar y vacilar. Todas tenían un dejo de amarillo, como si el azufre de las aguas del lago se hubiera impregnado en las alas.
Denominó a cada especia según su tonalidad: canaria, oro, narciso, limón, diente de león, caramelo, mostaza, mantequilla, maíz, plátano, lino, ámbar y a la pequeña crisálida la nombró arena.
El sueño
El sol de la tarde cayó como una manta suave y abrigada. El lago se convirtió en un espejo inmóvil. Salvador se quedó dormido y en su sueño fue Chuang Tzu, un filósofo chino que fantaseaba con ser una mariposa. Sintió en ese momento una placentera conciencia de felicidad mientras revoloteaba de aquí para allá. Luego en su sueño, su mariposa se quedó dormida sobre una flor de verbana y soñó que era un hombre.
Al despertar no supo cuál de los dos momentos había sido más real y hasta su muerte sintió esa confusión de estar viviendo dentro de una vigilia, entre saberse hombre o mariposa, boticario ecuatoriano o filósofo chino.
Esa noche y regresó a su casa y encendió el fuego con algunas hojas de verbana de su jardín. Su madre ya anciana las cultivaba: pequeñas flores lilas, casi invisibles, que se inclinan hacia el agua. Salvador dirá que atraen la paz, la inspiración y la capacidad de contemplar sin herir. Si se colocan bajo la almohada se puede soñar con los muertos.
Blanca se sentó frente a la chimenea y de su cabello comenzaron a brotar pequeñas mariposas. Confundidas con el resplandor del fuego fueron mezclándose con las chispas y las cenizas que flotaban en el aire encendidas.
El aire se llenó de pequeños fragmentos incandescentes que giraban, vacilaban y luego se disolvían. Por un momento todo fue vuelo. Salvador y su madre sonrieron. Permanecieron estáticos frente a esa Curiosidad Quieta.
Desde entonces cada dos de mayo y sin razón alguna, en algunos pueblos del Ecuador y de aquí también, porque las historias viajan, salimos a mirar el aire. Enrarecido a veces por un aroma similar al azufre con una mezcla dulce parecida al té de verbana.
Algunos esperamos al atardecer, cuando el cielo cae como una manta violeta, suave y abrigada. Otros nos quedamos dormidos y en nuestros sueños somos Salvador Cortez soñando con Chuang Tzu siendo mariposa. Algunos decimos que son las almas aquellas que mudan de forma sin siquiera darnos cuenta.
Entonces algo en mi se disuelve y por un instante, siento que alguien, quizás una mariposa o quizás él, me está soñando a mi.
