El palpitar de la escritura: deseo, trabajo y el camino hacia una voz propia
Hablemos del palpitar de la escritura y del deseo de escribir. Hablemos del deseo en sí mismo: ese latido interno, ese pulso vital que nos enciende por dentro.
¿Por qué nos alejamos de lo que deseamos?
¿Por qué dejamos pasar el tiempo para acercarnos a lo que deseamos? ¿Qué nos pasa cuando en lugar de caminar hacia lo que nos gusta, nos negamos y elegimos alejarnos de ese deseo que nos hace palpitar?
En esta oportunidad quiero hablar del deseo por escribir. Pero esta reflexión vale para cualquier deseo: ese latido interno, ese pulso vital que nos enciende por dentro.
Vivir de aquello que nos apasiona no siempre es posible, y cuando lo es, no siempre resulta placentero. A veces es trabajoso, abismal, incluso tedioso. Requiere constancia, tiempo, espacio, dedicación. Vivir de lo que no nos gusta también requiere esfuerzo, pero sus frustraciones parecen más anticipables, casi automáticas.
Quizás vivir se mezcla con sobrevivir. Hacer aquello que amamos parece reservado al territorio de los pasatiempos, como si la pasión solo pudiera permitirse ahí.

El deseo: entre la distancia y el trabajo
“Qué lindo sería andar en bici, cantar, trepar montañas”, pensamos. Pero casi nunca decimos: “Qué lindo sería vivir de eso”. Aunque sepamos que hay personas que lo hacen.
En mi caso resuena desde hace un tiempo: qué lindo sería escribir, y qué lindo sería vivir de escribir. Ese llamado crece cada día, pero mi voz interna insiste en que es imposible.
La paradoja es simple: lo único imposible es aquello en lo que no estamos dispuestos a trabajar. Aunque trabajar arrastre la idea de obligación y pesadez, es justamente el trabajo sostenido el que permite que el deseo siga vivo.
Trabajar en el deseo es convertirlo en camino, en acción.
El deseo necesita una distancia justa: algo cercana para mantenerse vivo, pero no muy lejana como apagarse. Trabajar sobre aquello que deseamos le permite a nuestros sueños seguir palpitando y existiendo, mientras se transforman en acción, nos saca del papel de soñadores y nos transforma en hacedores.
El deseo de escribir
Escribimos desde chicos. Escribimos listas, mensajes, ideas sueltas. Pero la escritura literaria es otra cosa: un modo de desplegar imágenes internas en cuentos, relatos, crónicas, novelas.
Lo importante al pensarnos escritores es reconocer el camino que va desde el deseo por escribir hasta la producción de un primer párrafo. Ese trayecto empieza con preguntas fundamentales:
¿Qué experimentación de la escritura es importante para mí?
¿Cómo darle potencia propia a aquello que vibra en mi interior?
¿Cómo convertir lo que me importa en algo que pueda importarle a otro?
La primera respuesta aparece al definir qué es la escritura: Escribir es poner en palabras aquello que tiene un valor para mí, de un modo que adquiera valor para el otro.
Esto requiere dos movimientos:
- 1. Indagar hacia adentro, para encontrar aquello que realmente significa algo.
- 2. Adquirir herramientas, para que esa significación se vuelva forma, eficacia y una lectura posible.
No hay literatura sin un lector. Esto separa la catarsis de la creación literaria.
Por otro lado, pienso que el deseo de escribir viene de la mano del deseo por la lectura. Al leer se ensancha nuestro mundo interior y nos pone frente a textos que parecen haber salido de un tirón. Cuando leemos textos ya terminados el trabajo que hay detrás nunca se ve.

Los “NO” de la escritura
Antes de pensar en qué es escribir, sirve pensar en lo que no es.
- Primer NO: “¿Qué quiero decir?”
La literatura no es un mensaje ni una moraleja. La literatura es una experiencia estética. No viene a enseñar nada, sino a desplegar imágenes que revelen algo de lo vinculado a la condición humana.
- Segundo NO: “¿A quién le va a importar?” ó “¿Ya se dijo todo sobre este tema?”
Estas preguntas solo bloquean. La importancia y la originalidad no se piensan antes de escribir. La voz propia surge del cruce entre vivencias, lecturas y entorno.
No busquemos originalidad: busquemos singularidad.
- Tercer NO: la literatura no es argumento ni una sinopsis
Un resumen nunca revela el valor literario. Para volverlo muy simplista La metamorfosis de Kafka no es “un hombre convertido en cucaracha”. La potencia está en cómo se cuenta, no en el qué.
- Cuarto NO: la escritura no es un mandato académico
No buscamos la sintaxis perfecta al cerrar un libro. Buscamos la emoción.
No existe una forma correcta; existe tu forma.
Reemplacemos originalidad, importancia y moraleja por impulso, latido, deseo y contagio.
Las imágenes internas: el corazón del proceso
La experiencia literaria captura al lector para mostrarle un mundo nuevo que lo emocione, lo conmueva y le permita llevar la historia a su propio mundo de imágenes. Ese mundo nuevo nace de las imágenes internas del escritor y del lector: obsesiones, miedos, recuerdos deformados, percepciones sutiles. No conocemos el mundo del lector y eso hace de la escritura una enorme tarea.
Vivir no es una sucesión de hechos; es una sucesión de observaciones.
¿Qué me emociona? ¿Cuáles son las cosas que me conmueven? ¿Qué se sale del común denominador?
Las imágenes internas surgen de la mezcla entre memoria, imaginación y sensación corporal. Es un mito que no tengamos imaginación: imaginar es producir imágenes. Todos hacemos eso en nuestras mentes.
Detenerse en lo que nos hace palpitar es el comienzo de la escritura.
Ninguna imagen es menor y usar el tiempo para indagarla siempre vale más que usar ese tiempo para desecharla.
Cada imagen ya contiene un tiempo, un espacio y un personaje (aunque ese personaje sea uno mismo observando). Una imagen es una escena, no un escenario.

¿Cómo acercar al lector a mis imágenes?
La memoria ya edita: recorta, deforma, organiza. Las imágenes que llevamos dentro pueden devenir en autobiografía o en ficción y laa pregunta entonces sería:
¿En qué espacio quiero estar?
- La ficción permite asociación libre: tiempo, espacio, personajes.
- La autobiografía requiere introspección: transformar la experiencia en una forma connotativa, no literal.
Indagar una imagen abre caminos narrativos. Una imagen no es una idea, no es un concepto, es más bien un campo de sentido y un cuento necesita todas sus palabras para desplegar ese campo.
Nos conmueve lo que toca lo personal, aquello que con sus palabras nos acerca a nuestros mundos interiores mientras leemos los mundos interiores de alguien más.
Buscamos en los otros mundos una verdad que resuene con nuestra propia vida.
Escribir: entre hábito y transformación
No hay escritura sin trabajo, sin hábito, sin rutinas.
Validar el deseo de escribir es entregarse al proceso: acopio, primer borrador, corrección.
Escribir es:
- Indagar en las incógnitas que cada imagen propone.
- Exponerse en lo que decimos y en cómo lo decimos.
- Transformarnos en mejores escritoras conectando palabra por palabra.

Espacios para trabajar la escritura
Si este tema te interesa muy pronto estaré abriendo un Espacio de Escritura.
Podés dejarme tus inquitudes en los comentarios o escribirme por privado.
Abrazo
Carla


