Rituales de escritura.

La escritura es un arte que requiere amor y dedicación. En este viaje, los rituales de escritura se convierten un mapa que nos guía a través del enorme bosque creativo. Nos estamos construyendo como escritoras y escritores y eso es un ritual en si mismo. Aprender a llevar una vida de escritor es estar dispuesto a atravesar cada etapa de los procesos de escritura.

Rituales de Escritura
Rituales de Escritura

Darse el tiempo y habitar el espacio

Al darnos el tiempo y habitar el espacio, creamos un entorno propicio para que nuestras ideas fluyan y se transformen en palabras. Así, cada uno de nosotros puede descubrir su propio estilo, su propia voz, y hacer de la escritura no solo un acto, sino un ritual sagrado.

En este camino, podemos identificar tres instancias que son vitales: el acopio de imágenes y la investigación, el primer borrador y, finalmente, la reescritura. Cada etapa tiene su propio ritmo y energía, y es fundamental respetar este flujo.

El umbral de lo invisible

Hay días en los que sentarse a escribir es tan sencillo como respirar, y otros en los que parece que el mundo entero conspirara para mantenernos lejos del cuaderno, del teclado o de lo que sea que usemos para trabajar. La cuestión es que la inspiración no llega flotando en una nube y nos regala un párrafo perfecto listo para ser parte de una historia única. Cada tanto me aparece por ahí esa frase: Que la inspiración nos encuentre trabajando. Hermosa, claro. Pero no creo que funcione así en lo más mínimo.

La escritura, como todas las artes, encierra una ritualidad. No debemos confundir esto con pensar que cumpliendo un ritual los bloqueos desaparecerán mágicamente, sino que cuando hay caos, el bloqueo se instala más fácil. Muchas veces no se trata de falta de inspiración, sino de falta de organización. Y la organización también es una forma de cuidarnos.

Julia Cameron, en El Camino del Artista, dice que el acto creativo necesita de un entorno que lo aliente, no que lo obstaculice. No se trata solo de tiempo físico; también de clima emocional. De ahí que todo gesto que rodee el acto de escribir —preparar el mate, abrir el cuaderno, ordenar la mesa— sea una forma de tocar ese umbral invisible desde el cual las palabras empiezan a llegar.

Umbral de lo invisible
Umbral de lo invisible

Los rituales como antesala del arte

Cada quien sabrá qué lo mantiene conectado con sus emociones. En mi caso, varía según el día. A veces puedo escribir en un cuadernito sentada frente al río, y otras necesito mi Estudio. Ese espacio fue creciendo de a poco: al principio una pequeña habitación detrás del quincho, luego una invasión progresiva a otros rincones hasta volverse mi mundo. Antes de eso, escribía en un rincón del comedor, en bares, estaciones de servicio, cualquier lugar donde entrara un cuaderno A4 —porque tengo una letra enorme— y un café.

Me encantan los rituales ajenos también: velas, lámparas de sal, moleskines, aromas, objetos especiales. Pero aprendí que, como en la escritura, también en los espacios y rituales uno necesita encontrar su propia voz. De nada sirve desear la cartuchera del otro. Tal vez el talismán ya está en casa. Solo hay que reconocerlo.

En mi caso: silencio y una taza de algo caliente; eso basta para empezar.

Crear el tiempo: de lo posible a lo sagrado

El autosabotaje tiene muchas formas: “no tengo tiempo”, “no encuentro el momento”, “el lunes empiezo”. Me las escucho decir todas con frecuencia, y cuando logro sentarme, a veces no sé ni para qué me senté.

Tener claro en qué etapa de un proyecto estamos ayuda muchísimo: si estamos recolectando ideas, si ya estamos escribiendo un primer borrador, o si estamos reescribiendo y puliendo. Cada instancia tiene su propio pulso y energía. Saber en qué punto estamos también nos devuelve foco.

Que el tiempo que le demos a este oficio sea sagrado, no solo posible.

Crear tiempo de agenda
Crear tiempo de agenda

Yo propongo mentir.

Escribir es un compromiso legítimo con uno mismo. Decir “No puedo, tengo que escribir” debería sonar tan razonable como “hoy no puedo, tengo una reunión de trabajo”. Pero no siempre lo es, tal vez porque no lo priorizamos; porque escribir, en el fondo nos da algo de miedo.

Escribir es básicamente mentir —o eso dicen por ahí— entonces que hacernos tiempo para escribir también merezca una mentira piadosa. Si alguien pregunta, sólo digan hoy no, estoy ocupada, pero no lo leyeron de mí. Advertencia: No se vuelvan uno ermitaños antisociables, por favor.

La respuesta externa ya estaría resuelta, pero ¿cómo defender el tiempo frente a uno mismo? Creo que con constancia. Quince minutos al día son mejores que tres horas una vez al mes.

Habitar el espacio físico y simbólico

No importa si tenemos un gran estudio o una pequeña mesa arrinconada en la cocina. Lo importante es que ese espacio esté cuidado, que nos invite. Que no sea solo un rincón funcional, sino un pequeño santuario. No hablo de rezarle al dios de la Escritura (aunque a veces no vendría mal), sino de hacer de ese lugar un territorio propio; y si no hay espacio fijo, entonces que sea móvil.

Una mochila, una lapicera, un cuaderno que no se confunda con la lista del súper. Que no sea el mismo donde anotamos “llamar al médico a las 12”.

Un objeto que nos guste, algo que, al verlo, nos diga: aquí podés escribir.

La escritura como regreso

Los rituales no son rutinas vacías, son hilos invisibles que nos atan a lo que amamos. En mi caso, por ejemplo, aún no logro tomar suficiente agua, ni con app, ni con botellas por todos lados, pero con la escritura es distinto. Hay otra mirada, otros deseos. No solo con rituales se escribe, también hay que aprender a reconocer que nos conmueve, cuál es nuestra pulsión de escritura.

Quizás ahí esté el secreto: reconocer nuestro deseo y no invalidarlo. No es sentarse a escribir como obligación, sino como regreso. Porque cada vez que escribimos, volvemos a nosotros mismos, a nuestras ideas, a nuestros temblores y a nuestro fuego.

Cada palabra, cada línea y cada historia que emerge de nosotros es un regreso a casa. La escritura debe ser deseada, soñada y proyectada y si en algunos momentos sentimos que nos alejamos de ella, debemos volver a preguntarnos ¿por qué comenzamos a escribir en primer lugar?

Escritura como regreso
Escritura como regreso

Para quien quiera su propios rituales

Te invito a pensar tus propios rituales. ¿Qué objeto te acompaña? ¿Qué momento del día es mejor para vos? ¿Qué lugar podés hacer tuyo, aunque sea por un rato? ¿Qué gesto simple puede anunciar que estás por escribir?

No hay fórmula, pero sí hay compromiso y un deseo. Porque si la escritura es un viaje, que sea uno que podamos habitar con el cuerpo, la agenda, el corazón y el cuaderno. No tenemos que viajar solos, la lectura dirigida a los proyectos de escritura es una acompañante ideal. La biblioteca tiene que ser un elemento activo que nos guíe en nuestros procesos. Así además de un ritual de escritura, debemos tener uno de lectura. Saquemos de los estantes aquellos libros que creemos nos vendrían bien en nuestro proyecto y tengámoslos cerca.

Cada palabra que fluya es un paso adelante en tu viaje creativo, aunque luego esa palabra no esté en tu texto final. Confiemos en la propia potencia de escritura y estaremos bien.

Nos abrazo

Carla

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Carla

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