Encender las palabras

Este invierno viene cargado de emociones y sentimientos que me encuentran activa pero, a la vez en pausa. Disfruto del tiempo de estar adentro —adentro de casa y adentro mío — aunque también me abrazan los silencios que se expanden afuera: en las montañas, en la nieve y en el aire helado.

Cada lugar que habitamos contiene la chispa que se requiere para encender las palabras, para resonar en nuestra voz. No importa si hace frío, las palabras nos abrigan de algún modo. He entendido que encontrar, traer y crear mundos sensibles, emociones y sentidos; tanto para los que escribimos como para los que nos leen, requiere tiempo, paciencia y trabajo.

El frío saca punta a los árboles

Hoy pensaba en el fuego interno, en esa llama íntima que a veces arde clara y otras veces apenas titila. Sin importar la intensidad de su luz, hay que cuidarla cada día, sostenerla, incluso cuando no hay leña nueva, incluso cuando no hay ganas.

Me di cuenta que muchas veces, no puedo encontrar la forma de contar, de decir o de escribir aquello que me habita. En mi mente la idea está clarísima, pero frente al teclado o al papel se vuelve gris y borrosa. Existen procesos para transitar estos problemas y son las Etapas de la Escritura. Ya sea acopiando imágenes, escribiendo un primer borrador, reescribiendo y editando es que los textos se construyen. No con magia, si con un trabajo. Con tiempo y con espacio asignado para esto.

También entendí que la lectura es una compañera ineludible para escribir, y que si esa lectura es consciente, entoces el lenguaje se expande, nuestro vocabulario crece y así es cómo escribimos mejor.

Frases, formas, atmósferas, tonos, narradores, todo está ahí, en los libros, en poemas subrayados, en fragmentos que al leerlos parecen escritos para nosotros. Por eso, además de sentarnos a escribir — con un gesto cada vez más sagrado, más ritual — también necesitamos sentarme a leer. Leer también es escribir con el cuerpo quieto.

Cuando los silencios se alargan y el frío nos deja encallados con la mente o sentimos el corazón bollando por ahí, la estación del año para estar adentro es el invierno. Ahí calla la naturaleza y estamos atentos a la mínima brisa que nos murmura al oído la historia que queremos contar.

Mantra para encender una palabra

Ojalá existiera un mapa: una guía breve para cuando nos sentimos apagados, debilitados, inmóviles. Si eso fuera posible, pegaría ese pequeño manifiesto en el espejo del baño y lo leería cada mañana.

No sé si la inspiración es igual en todos. Pero trabajar en nuestra creatividad y en nuestro imaginario es el único camino que conozco hacia la creación, ya sea en la escritura, la pintura, o cualquier expresión artística. En la búsqueda del lenguaje, de las oraciones y los párrafos; no alcanza con una idea, esa idea hay que habitarla y construirla.

Como ritual personal, como un hábito que voy trabajando y haciendo cada vez más propio. Primero, encuentro un silencio. Después, una taza caliente: de café, té o mate. Luego, el cuaderno. Hay tanto que se dice de cómo y qué se debe hacer. Yo propongo que descubramos en la práctica y en la acción, que nos sirve a cada uno.

En estos meses de invierno; donde el frío le saca punta a los árboles, los sauces que dan al arroyo bailan con el viento que los sacude, los pájaros se sostienen de las ramas peladas; lean y escriban. Adentro, algo empieza a moverse, tiembla, y esos somos nosotros mismos, Haciendo preguntas y construyendo una historia, un personaje o un primer párrafo. Descubrí esto en el hacer, en la práctica y en cada taller o seminario o clase a la que puedo sumarme.

En este invierno en particular, no quiero imponerme metas. No quiero prometerme nada que no venga de verdad. Solo deseo quedarme cerca de lo que late, de lo que me conmueve, sin exigir resultados, sin apurar procesos.

Dejemos que las palabras se acomoden, como trozos de leña en el hogar. Algunas serán lentas, otras rebeldes, otras encenderán sin aviso y de alguna manera estaremos escribiendo algo. Mucho será catarsis y un poquito será literatura (como dicen los que saben). También he aprendido que el volumen no tiene nada que ver con la escritura. La producción de imágenes debe ser condensada, trabajada. Querer poner todo en un solo texto, es una equivocación. Paciencia y resignación de aquello que no aporta a mi historia, por mas hermoso que me haya quedado el párrafo.

Las dos preguntas que debemos tener en mente son: ¿para qué escribo? ¿qué me conmueve? Porque escribir requiere trabajo y tiempo. Sería mejor que lo use para trabajar en cosas que me movilizan de verdad.

Un cuaderno abierto es una casa con las luces encendidas

La respuesta que tengo a esas preguntas es: escribo porque hay cosas que no sé dibujar. Escribo porque ciertas escenas me golpean de frente: una risa que suena a infancia, un perro que duerme en una vereda, una flor creciendo en la grieta de una roca. Esas imágenes no me sueltan, tocan mi puerta como si supieran que están a punto de volverse una historia. Trato de no objetarlas y reconocer en ellas mi trazo personal.

Lo cotidiano tiene esa magia: puede volverse extraordinario cuando se lo percibe como si fuera nuevo, con extrañamiento; cuando se lo vuelve a narrar. Hay tanto ya escrito, sí, pero nada está escrito con mi voz. Con mis sentidos ¿cómo se ve esa imagen que tengo en la mente?, ¿cómo se siente, a qué huele, qué sabor tiene?, ¿Qué tiene de particular y propio ese mundo que tengo en el imaginario?

Esa es mi pulsión de escritura, no es un escaparate, no es exhibir frases perfectas. Escribir, para mí, es un cuaderno abierto. Una forma de decir: “Estoy acá. Existo. Estoy viva.” Es una manera de hacer pie, de hacer fuego y memoria. De conmover.

No hay muchas certezas, hay mañanas que arrancan con escarcha en los techos, calles brillantes y oscuras por la helada. Hay otras en las que la lluvia golpea con rabia el zinc de las chapas. El sol, a veces, descongelará una parte, pero hay cosas que seguirán en sombra hasta septiembre.

Encender las palabras
Escritura Creativa

Entonces

Hay algo que aprendí del frío : las palabras también abrigan.

Claro que abrigan si hay gas, si no se nos congela el agua, si hay un plato caliente sobre la mesa. Porque cuando faltan esas cosas, las palabras se congelan también, y quizás se vuelven pan, fuego, calor pero de maneras diferentes. A veces escribir es una brasa que tarda en encender. Escribir no nos salva, pero nos acerca. Nos conecta con la memoria, con el imaginario, con los otros.

Si llegaste hasta acá…contame: ¿Qué imágenes te encienden en este invierno? ¿Qué te conmueve?

¿Qué hacés vos para abrigarte el alma cuando todo en el mundo se vuelve frío y lejano?

Te leo en comentarios. Un abrazo.

Carla

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1 comentario en “Encender las palabras”

  1. Cuando todo el mundo se vuelve frío y lejano, mis hijos me abrigan con sus palanras y sus silencios, y con sus cercanías y lejanías cotidianas.

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