Las manos de mi abuela

Azafrán del universo

Las manos de mi abuela Pilar eran blancas y de piel transparente. Se podía ver a través de ellas la sangre que corría por sus venas. Deformadas por la artrosis eran como ramas de un árbol sin hojas. En su piel, como corteza se contaban los dobleces de su vida. Fuertes, ásperas, pero a su vez suaves y frágiles.

Sus manos zurcieron miles de horas a media luz, hilvanaron aguja tras aguja para reparar manualmente las fallas de las telas. Sus manos cocieron mis medias metiendo adentro un huevo o la cabeza del mate, porque así se hacían las cosas en España. Ellas plancharon mi delantal para ir a los actos de la escuela, con almidón, con paciencia y con amor.

Sus manos ataron cada mañana su propio delantal que también sirvió de trapo para sacar la torta de manzana del horno, secar mis lágrimas y limpiar mi bigote de chocolatada. Ellas colaron la leche para sacarle la nata sólo porque me disgustaba. Su delantal olía a gomitas de eucaliptus que guardaba en el bolsillos para nosotros. Fue a veces mi almohada y otras mi escondite.

Sus manos me santiguaron para irme a dormir y me trajeron leche tibia con miel para que descansara mejor por las noches. Sus manos me peinaron cada mañana para ir a la escuela con la raya al medio y el cabello perfecto a cada lado, mojado con agua para que ningún pelo rebelde se fuera de lugar. Limpiaron mis lentes para que pudiera ver bien y abrocharon mi campera para que no tuviera frío.

Las manos de mi abuela cocinaron por siglos para todos, para mí, para mi abuelo, para mi hermano, para mi mamá y para mi papá. Fritaron cebolla en la olla de barro, hicieron estofados, amasaron canelones, picaron ajo y perejil para ponerle a los churrascos, partieron chauchas y prepararon caramelo para el flan. Cansadas, doloridas, avejentadas y atrofiadas, siguieron revolviendo amor con una cuchara de madera.

Sobrevivieron a la guerra, al desarraigo, al dolor a la muerte y sin embargo encontraron la ternura para sostener mi mano mientras cruzaba la calle o para contarme historias de un cabrito llorón. Ellas pusieron en mi frente paños de agua y vinagre para bajarme la fiebre y aplaudieron en cada cumpleaños. Sacaron de una las liendres de mi cabeza con peine fino, con paciencia y con té de manzanilla. Pusieron un vaso con agua dado vuelta bajo el sol de las 12 cuando estuve insolada.

Manos de crochet, de tapetes de hilo, de madejas de lana, de bufandas y pulóveres. De alfileres y de máquina de coser a pedal para remendarme la ropa. Sus manos hablaban de ella. Contaban su historia. Su dedo meñique estaba quebrado y lamento no recordar por qué. Pero si cierro los ojos puedo sentir su calor, sus caricias, el harina, el azúcar y la cebolla. Si cierro los ojos se escuchan sus nanas y su voz de catalana pidiendo una forquilla.

Te escribiría una carta y la enviaría por buzón al cielo para decirte que no te olvidado, ni a vos ni al abuelo Jeremías. Quisiera decirte que los extraño y los recuerdo con el alma llena de vivencias y amor. Fuiste un verdadero Pilar en mi vida abuela. Gracias!!

Manos que tejen
Manos que tejen y cuentan historias

 

Poema Las manos de mi abuela

Las manos de mi abuela no eran solo piel y hueso.
Fueron manos que zurcieron,
fueron manos que sufrieron.

 Llenas de historias y arrugas,
que los dobleces de la vida les habrán hecho.
Han sido la miel en mis noches
y el vinagre en mi frente ardiendo.

En el sillón de mi casa,
veo sus manos tejiendo.

Las manos de mi abuela
son la llave de mis recuerdos.

Con el bastón en la mano
y con su andar algo lento,
va a rumbo a la cocina a revolver el puchero.

A la espera de la vida
y en profundo silencio.

Las manos de Pilar.
El azafrán del universo.

 

Abrazo de Clarita
Abrazo desde mi niña interior

 

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