Mudarse no es sólo cambiar de oficina. Es poner en caja mi trabajo, el de mis compañeros y luego de tener que encajar todo hay que volver a desencajar. Un laberinto que a veces no parece tener salida. Un relación inevitable.
Encajar y desencajar en el trabajo
El IPV (Instituto Provincial de la Vivienda) se mudó nuevamente. Cuando entré a trabajar en esta Institución, allá por el 2008, la oficina era muy pequeña y estaba en la Localidad de El Hoyo. El primer día lo recuerdo como si fuera hoy, los nervios de un trabajo nuevo, los nervios de ser nueva en La Comarca Andina. Hacía menos de un año que nos habíamos mudado de Bs As a La Patagonia (más mudanzas…) y por ese entonces estaba trabajando en un Estudio de Arquitectura.
En el IPV también conocí a Franco (mi pareja), estuvimos mucho tiempo trabajando juntos. Fuimos compañeros primero, amigos después, incluso al principio me trataba de usted y de señora. Hoy después de mucho andar y desandar, de encajar y desencajar, hoy es el amor de mi vida.
Nada de eso se parece a lo que siento por el IPV, es verdad que los primeros años fueron de pasión y romance pero hoy es sólo el lugar donde trabajo. Esto lo digo con dolor y resignación. Soy muy responsable con mi trabajo, pero ya no le entrego mis expectativas de crecimiento como lo hacía en un principio. Ni tengo la camiseta puesta como tenía anteriormente. Es nada más y nada menos que mi trabajo, pero es justo eso y nada más ¿me explico? No soy aquello de lo que trabajo. Ni siquiera está cerca.
Bueno (volviendo al tema) de la primera oficina del Hoyo nos mudamos a unas 5 cuadras. Tuvimos que remodelar toda la casa que alquiló el IPV, se trabajó mucho, en ese entonces estaba embarazada de mi hija menor. Amaba mi trabajo, mi espacio, mi oficina y todo lo hacíamos ahí. Realmente éramos un equipo y construíamos casas para la gente y con la gente (jajaja dicho así suena a slogan político) pero yo me sentía parte de algo hermoso. Cada casa ha significado mucho para mí, construimos el hogar de muchas familias y grandes historias de vida hay detrás de cada pared o cada viaje a Cushamen, Maitén, Gualjaina, Epuyén y a otros parajes de esta hermosa provincia del Chubut.
La mudanza
Cuando el alquiler en El Hoyo terminó, nos tuvimos que trasladar a Lago Puelo. Tratamos de no mudarnos, por lo menos yo no quería, amo las mudanzas, los nuevos desafíos, los nuevos comienzos Sin embargo, algo me retenía ahí y no quería mudarme. Me gustaba mucho la Oficina de El Hoyo, habíamos trabajado tanto en dejarla linda, ahí habían transitado muchos cambios en mi vida. Obviamente nos mudamos igual y cada vez que paso por la puerta, todavía siento un poco de nostalgia.
La mudanza del Hoyo a Lago Puelo la hicimos a pulmón (como todas las mudanzas) varios viajes de ir y venir trayendo muebles, biblioratos, escritorios, papeles, impresoras. Trajimos muchas cosas, pero puedo asegurar que el amor verdadero por el trabajo me lo olvidé allá.
El espacio que teníamos en Lago Puelo no estaba mal lo fuimos acomodando de a poco y aunque no era la Señora Oficina, era mi lugar de trabajo, pero por cuestiones que exceden a este relato nos volvimos a mudar.
La nueva oficina es un poco diferente a la anterior. Hace tiempo que mi cuerpo y me mente necesitaban un cambio. Parece que mi mensaje de auxilio al universo estaba en Esperanto porque de todo lo que hay disponible en la galaxia me llegó una nueva oficina. Los cambios a veces vienen en formatos inesperados ¿no?
Aún estamos instalándonos, las costumbres y los nuevos hábitos calculo que se incorporarán con el tiempo, eso incluye un horrible reloj con huella digital para marcar el horario de salida y de entrada.
Siempre que pienso en mis conflictos imagino un laberinto. No es que el cambio de oficina sea un conflicto, pero si vieran la distribución y la circulación. Hay tantos recovecos, puertas y posibles caminos que, si se parecen mucho a un laberinto, al que ingreso con mi huella a las 8 de la mañana y me voy con mi huella a las 2 de la tarde.
En algún punto debo sentirme atrapada, en el trabajo, en la rutina, aún no sé qué nos sucederá aquí, pero deseo que sea algo bueno y volver a sentir esa pasión que tenía cuando estaba en El Hoyo. Deseo ver a Chubut crecer y ser la provincia que era cuando llegué a vivir acá, con la mejor salud y la mejor educación.
La cuestión es que nos mudamos hace dos días a la nueva oficina, con las nuevas mañas, los viejos muebles, las personas de siempre. Tratando de hacer el mejor trabajo, con los recursos de siempre, que cada vez son menos, con el amor que nos queda y con la esperanza infaltable de seguir respirando. Mañana volverá a amanecer, y si hay algo que me ha dejado El Naufrago es que nadie sabe qué traerá la marea.
Deseo tanto volver a construir casas, muchas casas y soñar con ser parte de la vida de la gente haciendo mi trabajo. Suena muy utópico, incluso naif ¿no? Sé que el mundo no funciona así. Existe la política, la economía, la realidad, pero es mi relato y no voy a mentir sobre lo que me pasa por el corazón, aunque suene tonto e ingenuo.
Mudarse no es sólo cambiar de oficina. Es poner en caja mi trabajo, el de mis compañeros y luego de tener que encajar todo hay que volver a desencajar.
Nos abrazo. Carla