Mi Capilla Sixtina

Mi Capilla Sixtina es un relato que ha surgido del Seminario de Escritura Autobiográfica de Mariana Mazover. Más de mil participantes hicimos este hermoso Seminario el cual además recomiendo ampliamente.

Se realizó una convocatoria final y mi texto junto al del otros ocho escritores fue seleccionado para formar parte de una Antología de Escritura Autobiográfica. Comparto el texto con el he que participado y agradezco profundamente la oportunidad de aprender a escribir, de leer y toda la dedicación que hemos recibido de parte de Mariana Mazover.

También quisiera mencionar a mis compañeros Santi Alegría, Silvana Eleonor Diaz, Adriana Di Vitto, Graciana Miller, Natalia Barrionuevo, Matías Villegas y Gi Torres. Un honor estar compartiendo esta Antología Autobiográfica con ustedes.

Abrazos y aquí les va mi relato.

Los veo en los comentarios!!

Mi Capilla Sixtina

Al principio, entraba parada bajo la mesa del comedor. El largo mantel de honguitos azules disimulaba mi presencia. Las fibras silvapen eran mis favoritas. Bueno en realidad no tenía otras. Cajita de seis y con el tiempo tuve las de doce colores. Ordenadas como corresponde de claro a oscuro. Con el cuerpo blanco con florcitas dibujadas y la tapa según el color del marcador.

Dibujar en todos lados es muy típico. Todas las ilustradoras, arquitectas o personas vinculadas al arte que conozco comienzan sus relatos contando que de pequeñas dibujaban todo lo que se les cruzaba. Es un cliché a la hora de pensar en cómo inicia la vida artística de alguien. Siempre me sentí sola o por lo menos no tenía muchos amigos. Hoy sigue siendo medio igual.

Me gustaba estar bajo la mesa. Primero parada con el brazo algo estirado y la cabeza hacia atrás, con mejores condiciones en las cervicales que ahora y ni hablar de la cintura. Luego sentada en la posición de indiecito. Nunca conocí a un indio que se sentara así. Bueno nunca conocí a un indio en realidad. Con los brazos ya más estirados y la cabeza igual de inclinada hacia atrás y con los años algo de costado calculo.

La mesa del comedor de casa tenía como un metro de ancho y dos de largo. Era de aglomerado reconstituido, de ese que se levanta y se te mete una astilla entre la uña y la yema del dedo de vez en cuando. Recuerdo el frío del piso del comedor. Las baldosas grises con pintitas negras y blancas, monocromáticas de verdad. Contrastando con mi cielo de colores.

No recuerdo haberlos dibujado, pero una multitud de personas había bajo la mesa. Niños y niñas hechos de silvapen. Los más antiguos eran rojos, verdes, azules y marrones. Niños hechos con palitos y círculos. Ellos también estaban solos, desparramados bajo la mesa flotando en el aire sin piso y sin compartir ni una nube. Cada quien tenía su propio mundo, como yo. Algunos tenían su propio árbol, otros una casa. Casi todos tenían nubes y ninguno tenía sol, el amarillo no se veía sobre la madera.

Los vestidos eran triangulares para ellas, aunque yo siempre usé pantalón. Las remeras a rayas eran para ellos, casi todos de cuerpo redondo y los más atrevidos estaban desnudos y con un punto para el ombligo. Algunos reían, otros no. Todos tenían largos dedos en las manos y en los pies, bien contados de a cinco unidades. Peinados de mil formas diferentes, aunque yo tenía el pelo muy corto porque siempre andaba con piojos.

Cuando recibí la caja de doce colores me sentí Miguel Ángel, aunque todavía no sabía ni quien era. Mis nuevos personajes fueron evolucionando. Llegaron las orejas. Los cuellos. Los brazos tuvieron espesor y de pronto esa pequeña de vestido triangular tuvo una vecina con remera rosada y pollera naranja. El gordito de remera a rayas tuvo que ver como a su lado surgió un niño de pantalones negros y remera a cuadros violetas con celeste. Los árboles tuvieron manzanas y las casas chimeneas y ventanas.

No hay nada más que hacer a los seis. Además de aprender a escribir y a leer. Eso no se puede hacer bajo la mesa y salir de ahí abajo no fue sencillo. Comencé a dibujar palitos y rulos que copiaba sobre unas hojas cuadriculadas que habíamos traído de la casa de mi bisabuela. Los colores se perdieron y en su lugar llegó el lápiz negro y la goma. Escribir comenzó a ser algo tan hermoso como pintar.

Sin embargo, cada tanto y sin querer, empujaba con el codo el sacapuntas al piso sólo para mirar bajo la mesa si mi Capilla Sixtina seguía ahí.

Fibras Sylvapen
Fibras Sylvapen Cajita de doce

Si quieren leer la Antología completa pueden pedirla por privado. Saludos. Carla

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